«Estáis equivocados, no es un Dios de muertos, sino de vivos”. (San Marcos,12)
Será equivocación o que muchas veces resulta más fácil creer en el Dios de los muertos, porque resulta más cómodo seguir creyendo en un Dios lejano, que no nos interpele mucho y que queda aparcado para más adelante mientras seguimos nuestro camino.
Pero vivir así es morir un poco cada día, dejarnos ir y llevar por una inercia que nos va dejando vacíos y secos por dentro, es como morir en vida, vivir a medias.
Todo cambia cuando nos atrevemos a acercarnos y experimentamos al Dios de vivos, al Dios que habita en cada uno y una de nosotros. Y entonces se abre una ventana de par en par a la VIDA: Es el Dios que habita, que nos acompaña y llena de vida nuestra propia vida, el Dios que nos acompaña desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.
Es el Dios de la vida, de la vida diaria: el Dios que habita en nuestras casas, en nuestros hij@s cuando se levantan para ir al colegio o cuando se ríen a carcajadas; en nuestras oficinas y compañeros de trabajo con los que tantas horas compartimos a diario; en la mujer con la que me cruzo todas las mañanas cuando voy pensando en mis cosas, y también en quien pide en la esquina de la calle, en quien está ingresada en el hospital y en quien lo está pasando mal por la razón que sea.
Es el Dios de la vida, que ilumina cada espacio y cada minuto del día, un Dios de vivos, encarnado, que se cuela en nuestro día a día, para llenarlo de sentido, para enseñarnos que sólo necesitamos una cosa para salir de nuestra equivocación: confianza y atrevimiento para acercarnos con el corazón abierto de par en par al Dios de los vivos, que es el Dios del amor y dejarnos sorprender por El.
Feliz miércoles! #Betania